José Luis de la Lombana embarcó hacia los Estados Unidos para participar en el II Congreso Internacional de Jóvenes por la Paz e informar sobre la realidad vasca al público norteamericano. Tres su viaje, Lombana redactó un informe para el Gobierno de Euzkadi en el cual dejó deslizar comentarios irónicos sobre el conocimiento de los americanos sobre la cuestión vasca: “Las cosas en América −anota− se conocen desfiguradas y así, por ejemplo, si uno acude al hipódromo, teatro convertido en frontón, donde los pelotaris vascos juegan a cesta, los verá desfilar al compás del pasodoble del toreador de Carmen”. Con todo, Lombana se encontró con una sociedad que no estaba tan desinformada sobre la contienda. Los norteamericanos habían seguido a través de la prensa los avatares de la guerra, y habían llegado a formarse un criterio bastante claro en torno a la realidad vasca. Pero en la fotografía de situación que Lombana esbozó tras el viaje, predomina un toque pesimista. A su juicio, era poco lo que se podía hacer en América. Muy poco. Tanto geográfica como intelectualmente, los EE.UU. se sentían lejos de Europa y de sus problemas sociales, culturales y políticos. Sólo un milagro podría salvar a la República y a Euskadi. Todo estaba perdido